Yoga suave es un estilo de yoga integral que se distingue por ser, en general, más pausado. Es un estilo de yoga tranquilo, cuidadoso y relajado.
No se trata de una disciplina “floja” ni mucho menos, ni es solamente una práctica más lenta. Es una experiencia yóguica completa con la particularidad principal de adaptar las sesiones y hacerlas más accesibles, no por ello menos energéticas, desafiantes o potentes.
Está destinado tanto a principiantes como a veteranos exigentes.
Es tan recomendable para iniciación como para practicantes experimentados que se encuentran con un reto inesperado que les invita a dulcificar cada ásana.
Es tan gratificante y provechoso para jóvenes como para mayores. Para todos los que busquen secuencias calmadas sin entrar en exigencias, niveles o velocidades. Estas clases, desde luego, resultan muy beneficiosas para las personas que estén en algún proceso terapéutico ayudando a acelerar la recuperación.
Yoga suave es un regalo de TIEMPO para la escucha y el cuidado del conjunto de nuestro cuerpo-mente. Todos los ásanas se realizan de manera sosegada, lenta, dedicándole un periodo de atención a los detalles, a la experimentación y exploración profunda de la postura.
Observamos sin prisa qué ocurre cuando respiramos o cuando nos movemos o cuando nos paramos… Profundizamos en nuestras sensaciones y comprobamos cómo reacciona nuestra mente ante esos estímulos. En definitiva, es un conocimiento íntimo y profundo de lo que ocurre en nuestra anatomía física, mental y energética.
Y, si bien, todo eso también ocurre en los otros estilos de yoga, en suave ralentizamos y mantenemos las posturas, a veces incluso varios minutos, para que nos dé tiempo a la investigación; sin correr, para que no se nos escape nada.
Es un reto para nuestras mentes aceleradas y desafiantes, una propuesta de paciencia y aceptación. Combinamos la fluidez con la tranquilidad, permanecemos en los ásanas de forma estática, sin brusquedades. Practicamos la apertura y aceptación sin esfuerzos innecesarios. Abrimos un diálogo con nuestro cuerpo. Lo reconocemos, nos sentimos cómodos en él, aceptándolo y aprendiendo a cuidarlo. Averiguamos cuáles son sus puntos fuertes y débiles para tratarnos en su justa medida: siempre con cuidado y respeto.
Hemos de SER CONSCIENTES tanto de la existencia de acortamientos, bloqueos, lesiones o molestias surgidas por la vida cotidiana, malos hábitos o accidentes, como de nuestra fuerza, flexibilidad y equilibrio. Ponemos el foco de atención en que cada alumno pueda modificar o encontrar su postura precisa en función de sus capacidades y desde ahí marcar la intención e intensidad que prefiera. Hacemos que el yoga se adapte a nosotros y no al contrario.
Es un yoga AMABLE que parte de nuestras necesidades y para ello, si es preciso, usamos bloques, cintas, sillas, pared…
lo que haga falta para que cada cual ejecute su sesión con seguridad. Que el nivel no sea una frustración. Se trata de beneficiarnos de todo lo que la práctica nos ofrece y mimarnos en el camino. Brindándonos presencia y conciencia en cada instante.
Bajamos las revoluciones de esta vida ajetreada y conectamos con nuestro “yo” profundo
Y si el tiempo es importante, mucho más lo es el silencio. El maestro B.K.S. Iyengar decía:
Cuando no se puede mantener el cuerpo quieto tampoco se puede mantener quieta la mente. Si no se conoce el silencio corporal, no puede comprenderse el silencio mental. Acción y silencio deben ir de la mano.
Estamos acostumbrados a vivir hacia fuera. Pasamos la mayor parte del día conectados a los estímulos externos. Los ruidos, las imágenes, el ajetreo a nuestro alrededor son tan fuertes que no nos permiten escuchar nuestro silencio interior. Dejamos de percibirnos, de escucharnos. Nos perdemos en esas voces externas olvidando nuestra voz interior. En yoga suave le damos más importancia al silencio, tan esencial para alcanzar esa atención y escucha que estamos buscando.
Bajamos las revoluciones. Bajamos el volumen, y aprendemos a escucharnos a nosotros mismos.
Chema Chico