¡O cómo la cúrcuma me salvó la vida! 😛
En noviembre de 2014 aterricé en una pequeña localidad de Varkala al suroeste de la India. Había salido bien abrigada de Madrid y llegué a un pueblo costero con una temperatura media en esa época de 35º y una humedad relativa de más del 60%. Un ambiente bochornoso, pero estaba feliz. Aunque quizás fuera porque en ese momento no sabía que me enfrentaba a una de las formaciones más intensas de yoga que había realizado.
El primer día fue precioso, ceremonia de bienvenida, un escenario paradisiaco y compañeros fantásticos de todas las nacionalidades. Todo pintaba muy bien hasta que, al caer la tarde, llegó la hora de explicarnos los horarios y las tareas que cumpliríamos a lo largo del siguiente mes. A partir de ese momento, todo fue en picado…
La rutina consistía en despertarse a las 5 am, después teníamos que recorrer los laberínticos carriles de tierra del poblado portando nuestra esterilla y así, llegábamos a la Shala (así se llaman las salas de yoga) donde se impartían las clases.
Desde las 6h de la mañana hasta las 13h del mediodía, se sucedían prácticas de hatha yoga, una tras otra, estudiando diferentes secuencias, ajustes de posturas, diferencias entre los estilos de yoga, mucha anatomía, etc., con una pequeña parada sobre las 9h para tomar un té y renovar el espray anti-mosquitos que mejor nunca olvidaras aplicarte…
Después, sudorosos, volvíamos a recorrer los caminos hasta llegar a una antigua casita hindú donde comíamos, siempre sencillos platos vegetarianos preparados con mucho cariño por los entrañables encargados del lugar.
Acto seguido vuelta a la Shala, más clases, más ajustes, más secuencias, filosofía, historia, más y más secuencias y examen y revisión.
Al terminar, volvíamos a las habitaciones, donde teníamos tareas de Seva, o karma yoga, es decir, que, agrupados por parejas, contábamos con una hora para dejar las instalaciones como una patena, incluido baños, cocinas, duchas, jardín…Cada semana se nos asignaban distintas tareas y cada tarde, Mahesh, el director, pasaba a revisarlo todo, con actitud seria y autoritaria y sanciones para los que no lo hubieran dejado perfectamente a su gusto.
Al marcharse, quedaban un par de horas para estudiar, practicar, conseguir depurar los ásanas, memorizar los beneficios y contraindicaciones de cada una y completar los “deberes” que recogían cada mañana. Ayudándonos unos a otros practicábamos o estudiábamos en cualquier sitio, por las habitaciones, en los tejados, por los jardines, siempre y cuando nos respetaran las habituales lluvias torrenciales.
Quedaba el tiempo justo para prepararte algo de cena en las cocinas comunes o hincarle rápidamente el diente a un plátano y correr a dormir antes de las 22h, cuando cortaban la electricidad y caíamos como moscas.
Al final de la primera semana ya andábamos todos como zombies, recorriendo nuestro camino matutino sin fuerzas ni de hablar y la segunda semana, un compañero polaco ya tomó la costumbre de despertarnos a todos a grito de “¡Good morning Vietnam!!”.
Hasta para los más jóvenes, las agujetas empezaron a ser constantes, las articulaciones se resentían, algunos sufrían calambres y todos en general sentíamos un cuerpo escombro brutal.
Y fue cuando una noche, el entrañable señor indio que preparaba las comidas, se acercó con un brebaje dorado, como una suerte de pócima mágica que prometía recomponernos a todos… ¡Y funcionó! Recuperábamos fuerzas, te despertabas mejor, el cuerpo lo agradecía, la musculatura se sentía enérgica de nuevo.
Así aprendimos a preparar “leche dorada” y cada noche la tomábamos como un ritual ineludible.
Ahora forma parte de mi cocina, de mis costumbres, de la de toda mi familia.
Para daros la mejor receta y explicaros sus beneficios, le he pedido a nuestra gran nutricionista de cabecera y compañera Yoger, Asun González, que completara este post con todo su conocimiento.
Con Asun también la he compartido y disfrutado y a continuación nos resume sus beneficios y nos abre las puertas de su blog, ¡para saber mucho más!
Elena Marín
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¡Hola a todos! Me sumo encantada a esta recomendación tan saludable, porque como nutricionista he podido revisar los muchos estudios acerca de la curcumina y junto con el resto de ingredientes de esta bebida tan especial, puedo afirmar que, ¡es el auténtico ibuprofeno natural!
Recuerda que la mayoría de las enfermedades crónicas de hoy en día tienen una causa común: la inflamación. Los yoguis ya lo sabían hace miles de años. Ahora la ciencia moderna lo avala con más de 16500 estudios.
La leche dorada es una receta perfecta para disfrutar antes de ir a la cama, para desayunar o hasta como snack de media tarde. Es tan relajante, suave, sabrosa y reconfortante que la querrás tomar todos los días. ¡Y además es beneficiosa para el sistema inmunitario!
Además, la cúrcuma tiene cantidad de beneficios para la salud ya que es rica en antioxidantes. Puede mejorar la memoria, bajar el nivel de azúcar en sangre, reducir la inflamación y reforzar el sistema inmune, entre otras cosas.
Para el que quiera conocer en detalle los beneficios de cada ingrediente y dónde encontrar los de buena calidad, las medidas exactas, variaciones de recetas y mucho más, os dejo este enlace:
Y aquí, una variante sencilla que se prepara en 5 minutos con solo 5 ingredientes.
LECHE DORADA
- Una buena taza de bebida vegetal. Yo utilizo leche de almendra sin azúcares, pero podéis utilizar leche tradicional o cualquier otra, de arroz, de avena, etc. Calentita.
- Añade una cucharada de cúrcuma. Intenta que sea de buena calidad, como esta.
- Una cucharadita de aceite de coco, pero también puedes usar mantequilla, ghee o incluso AOVE.
- Unas pizcas de pimienta negra (que mejora la absorción de la cúrcuma en un 2000%) y yo además añado jengibre y canela. Aunque son opcionales, creo que estos ingredientes le dan un sabor espectacular y se suman todos sus beneficios.
¡BON PROFIT!